LOS IRRESPONSABLES DE ESTE BLOG:

Santi, Silvia y Lichu

martes, 5 de diciembre de 2006

EL LAPIZ PLATEADO




A Matías le encantaba jugar a la pelota. Era lo que más le gustaba hacer en la vida. Su mamá lo dejaba jugar en la puerta con sus amigos Joaquín y Enrique, pero sólo cuando se portaba requetebién.
Una tarde en que Matu se había portado más que requetebién, la mamá lo dejó salir a jugar un rato. Pero ni Joaquín ni Enrique habían terminado la tarea, y sus mamás no querían saber nada con la pelota. Fue así que, a pesar de haberse portado más que requetebién, Matías se aburrió como una marioneta abandonada.
Sentado en el escalón de la entrada, veía pasar la gente, los autos, las bicis, los chicos... y la tarde.
Ya casi era hora de entrar a tomar la leche cuando pasó un chico alto, flaco, flaquísimo. Tan flaco que sus piernas parecían enredarse al caminar. Tenía pelo naranja todo alborotado, y unos anteojitos redondos y verdes. Debajo del brazo llevaba algunas carpetas y libros.
—Se ve —pensó Mati— que es uno de esos chicos grandes que ya van al secundario.
Cuando el flaquito colorado estaba en la esquina esperando la luz verde para cruzar, metió la mano en el bolsillo de atrás del pantalón, como buscando alguna moneda para viajar y, al sacarla, voló de ahí un lápiz tan largo y tan flaco como él. A Matu le dio mucha gracia ver cómo saltó el lapicito, que dio vueltas y vueltas hasta que llegó al piso y se partió. El muchacho lo miró, vio que se había roto y siguió de largo, dejándolo en la vereda.
Entonces Matu se acercó a él (al lápiz, no al muchacho flaquito) y agarró la parte donde había quedado la punta (rota, pero punta al fin). ¡Era taaaan lindo! Matu nunca antes había visto un lápiz así: todo negro y con unas hermosas víboras plateadas que daban vueltas y vueltas a su alrededor.
Concentrado en estos pensamientos estaba Mati cuando oyó la voz de su mamá que lo llamaba a tomar la leche. Volvió a mirar el pedazo de lápiz que tenía en su mano, se lo metió en el bolsillo y corrió a merendar: el encuentro del lápiz plateado sería su gran secreto. Sobre todo porque mamá siempre le decía que no recogiera cosas del piso.
Después de la leche, Matu lo limpió, le sacó una punta muy filosa y lo guardó en su cartuchera del cole.
Al día siguiente, Matu estaba ya a punto de salir para el colegio cuando le dijo a su mamá:
—Esperá, má, que me parece que me olvidé de algo.
Fue corriendo a su cuarto, abrió la mochila, abrió la cartuchera y comprobó que el lápiz plateado siguiera allí. Entonces sí, se fue rumbo al cole, dispuesto a estrenar ahí semejante joya.
—¡Va a ser la envidia de todos mis amigos!— pensaba mientras caminaba de la mano de su mamá.
Matu se sentaba al lado de Germán. Después de que Fernanda, la maestra, saludó a todos y les dijo que sacaran los útiles, llegó el mejor momento: Mati abrió su cartuchera y le mostró a Germi su tesoro: ¡el lápiz plateado! Germi quedó boquiabierto al ver semejante belleza.
—¿Me lo prestás? ¿Puedo probarlo? ¿Me dejás verlo de cerca? —le susurraba al oído.
—¡Pero no, Germi! ¿No ves que todavía no lo estrené yo? Después te lo presto —le contestó Matu, bien bajito para que Fernanda no escuchara. Claro que, de tanta charla, fueron ellos los que no escucharon lo que Fernanda había dicho:
—Saquen una hojita que vamos a hacer un dictadito.
Fer siempre hablaba así, achicando las cosas: cuadernito, pruebita. Parecerá tonto, pero Matu pensaba que de ese modo todo se volvía más fácil. Cuando Germi y Matu finalmente se enteraron del dictado, Matu decidió que era un buen momento para estrenar el lápiz.
Ahí empezaron los problemas.
Fernanda dijo:
—De título pongan “Dictado” —y Matías escribió “Maestra fea”. Matu no entendía bien qué era lo que pasaba, pero como Fernanda empezó a dictar, él no tuvo otro remedio que empezar a escribir. Lo que sigue, es el dictado que Fernanda les tomó:
“Ayer recibí la visita de un vecino. Su nombre es Sebastián. Jugamos un rato en el jardín. Después, como teníamos hambre, le pedimos a mamá que nos sirviera la leche. Estuvo todo muy rico, en especial la torta de chocolate que cocinó mamá sólo para nosotros.”
Y esto es lo que Matías (de la mano de su lápiz plateado) escribió:
“Hoy la maestra está más fea que nunca. Su nariz es una berenjena y sus ojos dos huevos fritos. Cuando habla, es como si cacareara. Pero las que cacarean son las gallinas y Fernanda es más horrible que una gallina.”
Cuando Matu terminó de escribir esto, no podía creer lo que leían sus ojos. Justo en ese momento tocó el timbre y Fer, dulce como siempre, pasó por todos los bancos para recoger las “hojitas de los dictaditos”.
—¿Qué te pasa, Mati? —preguntó cuando notó que él, en lugar de salir al recreo, se quedaba petrificado en su banco.
—Nnnada, nnnada, se-se-señorita —contestó Matu.
—En fin... —pensó Fer. Y se sentó en el escritorio a corregir los dictados mientras los chicos jugaban en el recreo.
Matu no dejaba de mirarla. Y Fernanda corregía y corregía. Hasta que de repente empezó a ponerse blanca... amarilla... roja... violeta... Levantó la cabeza y miró fijamente a Matías, que seguía sentado en su lugar. Se miraron fijamente por un rato, hasta que Fernanda gritó:
—¡Matías Ledesma! ¡Lo quiero parado al lado de mi escritorio ya mismo!
Fer estaba muuuuuuuuuuy enojada. De lo contrario, al menos habría dicho “escritorito”. Matu caminó despacio, más despacio que la última vez que entró en el consultorio del doctor para que le diera una inyección.
—¿Qué significa esto? —le preguntó Fernanda, con la cara todavía roja de furia.
Mati no sabía cómo explicar lo que había pasado. ¿Por dónde empezar? ¿Cómo hacer para que le creyera? ¿Cómo hacer para empezar a hablar (porque sentía que la voz no le salía de la garganta)? Mientras Matu pensaba todo esto, el tiempo pasaba y la cara de Fernanda se ponía más y más roja. Por un momento Matu pensó que iba a estallar. Cuando notó que podía decir alguna palabra, Matu tosió un poquito —ejem, ejem— y dijo:
—Yy-yy-yo-yo no tuve la cul-culpa, seño-señorita Fff-ffer. Fu-fu-fue el la-la-lápiz...
—¿Ah, sí? —gritó Fernanda—. Entonces prestame tu lápiz para escribirte un uno bien grande.
Matu casi no podía aguantar más las lágrimas. Pero como no le gustaba que lo vieran llorar en el cole y justo estaban entrando los chicos que volvían del recreo, aguantó y aguantó. Fue a su banco a buscar el lápiz y se lo llevó a Fernanda para que le pusiera ... para que le pusiera...¡el uno!
Fernanda agarró el lápiz y con toda la rabia del mundo escribió: “¡Te felicito! Tenés un 10.” Matías saltó de alegría. No lo podía creer. Y Fernanda tampoco lo podía creer. En ese momento entró Matilde, la señora directora. Todos los chicos se pararon y la saludaron:
—Bue-nos-dí-as-se-ño-ra-Ma-til-de.
—Buenos días, chicos —respondió ella, y se puso a charlar con Fernanda, que todavía estaba algo nerviosa. Fer le pidió a Matu que se fuera a su asiento y se quedó hablando con Matilde. En eso Matilde le entregó una hoja a Fer para que la completara con sus datos:
Nombre y apellido del maestro:
Domicilio del maestro:
Teléfono del maestro:
Número de documento del maestro:
Fernanda estaba tan distraída con todo lo que había pasado que ni se dio cuenta de que agarró el lápiz de Matías para completar el papel de Matilde. Y Matilde no podía creer lo que leían sus ojos:
Nombre y apellido del maestro: Matilde es una bruja.
Domicilio del maestro: Matilde tiene cara de hipopótamo.
Teléfono del maestro: Matilde tiene cola de rinoceronte.
Número de documento del maestro: Matilde habla como una cotorra.
Los chicos vieron que Matilde se iba poniendo blanca... amarilla... roja.... violeta... a medida que leía el papel de Fernanda. Y Fer estaba tan pálida y dura como había estado Mati un ratito atrás.
—¡Señorita Fernanda, la espero ya mismo en Dirección! —gritó Matilde. Y salió del aula echando fuego por la boca. Fernanda la siguió temblando, con el lápiz plateado en la mano. Matías no sabía dónde meterse. Se sentía muy mal de pensar que todo había sido culpa suya.
Una vez en Dirección, Fernanda no sabía cómo explicar lo que había pasado. ¿Por dónde empezar? ¿Cómo hacer para que le creyera? ¿Cómo hacer para empezar a hablar (porque sentía que la voz no le salía de la garganta)? Mientras Fer pensaba todo esto, el tiempo pasaba y la cara de Matilde se ponía cada vez más y más roja. Por un momento Fer pensó que estallaría. Cuando notó que podía decir alguna palabra, Fer tosió un poquito —ejem, ejem— y dijo:
—Yy-yy-yo-yo-no tuve la cul-culpa, seño-señora Mmma-Mmmatt-ttilde. Fu-fu-fue el la-la-lápiz.
—¡Ah, sí!— gritó Matilde. —Entonces présteme su lápiz para escribirle una suspensión bien grande.
Matilde agarró el lápiz y con toda la rabia del mundo escribió:
“Para la mejor maestra de la escuela, con todo el amor y la admiración de Matilde.”
Apenas había terminado cuando sonó el teléfono, y fue una suerte porque le dio a Fer la oportunidad de escaparse, antes de que Matilde se lo impidiera. Se fue entonces con la felicitación en la mano, nuevamente al aula donde los chicos la esperaban gritando y tirando tizas y avioncitos de papel.
Cuando colgó el tubo, Matilde se encontró otra vez sola, en la Dirección, sin saber bien qué pensar. Tenía el lápiz plateado en su mano derecha. Y lo observaba, y lo observaba... Y se quedó así hasta que llegó la hora de irse. Entonces lo guardó en el portafolios para seguir estudiándolo en su casa, donde tenía un microscopio muy poderoso.
Entró al subte y había tanta gente que viajó todo el tiempo parada y apretujada. Cuando llegó a su estación tuvo que hacerse lugar a los empujones para llegar a la puerta. Y fue ahí donde, sin que se diera cuenta, se cayó el lápiz plateado del portafolios.
A pesar de que pasó tanta gente sobre él, y algunos lo pisaron, seguía brillante e intacto cuando el papá de Matu bajó del subte, más o menos una hora después que Matilde, y lo encontró.
—¡Qué lindo lápiz plateado! —pensó—. Se lo voy a llevar a Mati de regalo. ¡Le va a encantar!
Cuando el papá llegó a casa, lo llamó a Matu y en secreto le dijo:
—Encontré este lápiz en el piso de la estación de subte y te lo traje de regalo. Eso sí: no le cuentes nada a mamá porque se va a enojar si se entera que te traje algo del piso. Ponelo en tu cartuchera así lo llevás al cole y te trae suerte en las pruebas de Fernanda...

Cuento de Andrea Zablotsky

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